Podría
empezar diciendo que Brunilda es una artesana singular, trabajadora de un
quehacer plural en el arte de la literatura para niños y jóvenes. ¡Qué andar
risueño el suyo! ¡De cuentos a adivinanzas, de colmos a retahílas, de versos
a novelas… y más! Sin dudas, es ella dueña de la palabra.
Brunilda
Contreras es un ser especial. No es una
adivinanza, aunque haya publicado dos deliciosos libros de acertijos. No es una retahíla, porque en ella no cabe,
como en su Vaca de retahílas, el espacio para repetirse. Tampoco es cuento ni novela, porque nada de
su intrínseco ser es ficción. Desprovista de dudas y vacilaciones, sin flojera
en la cabeza ni en los pies, Brunilda es una escritora de fuste, con remarcable
donaire para la literatura para niños. De desbordada entrega y lirismo
auténtico, es puntillosa hasta el colmo. Su obra es como su vida, inspirada de
verdades. Existe para descubrir,
construir y compartir. Cree y lo declara.
Cree en lo importante, lo que hace trascender. En el espíritu, en la claridad. Cree en los retos, en la solidaridad. En lo que se ve y no se ve. En lo que pasó y lo que viene después.
Decía
que Brunilda es propietaria de la palabra. Una a una las enlaza, en la víspera
misma de desenrollarlas con verdadero gozo.
Entonces devela las profundidades de su pensamiento y la templanza de su
alma tranquila, como el agua limpia del arroyo que, sin desvarío, a la orilla
del verde, traza el territorio de su destino.
Esta
tarde de domingo quiero primero referirme a su última publicación, la número
diez, que tiene como rojo, sugerente y
contundente título La madre de los tomates. Qué inventario simpático,
lleno de chispa, vibrante, inteligente, este libro de colmos de Brunilda.
Doscientos ochenta y cuatro colmos de buena tinta y pasta tierna para escoger
el que nos guste, gozarlo, repetirlo, compartirlo, para instalarlo en nuestra
memoria cognoscitiva, como divertida suma de razón y deleite.
No
puedo substraerme a la provocación de su vocación comunicativa y para ustedes
recojo algunos de los colmos de los colmos de Brunilda. Como el colmo de la letra F que es, saben
qué, estar fofa y de un limón, quejarse de acidez. De un cultivador de caña, que le baje el
azúcar, de un pez, sufrir de ahogos y de una cabeza de ajo, morir de
migrañas. De una mesa, pararse en dos
patas, y de una casa, no tener ni dos dedos de frente. De un electricista, que se le crucen los
cables, y no hacer química con la gente, el peor de los colmos del
farmacéutico. Y claro, de un mecánico, dice Brunilda que es tener un tornillo
flojo, en tanto que de un martillo, es no dar en el clavo. Del pescador, pescar un resfriado, y del director
de un zoológico, no aceptar animaladas, y de un zoológico, ¡exhibir un elefante
blanco! El colmo de un gato americano,
comerse un mouse y de la televisión, ser solo pantalla. De un músico, sacar
malas notas, de un cineasta, rodar por el suelo y de un gigante, ¡no pensar en
grande! De un abanico, ¡qué colmo!, tener aires de superioridad, pero de un
cero, con baja autoestima, el colmo siempre será querer colocarse a la
izquierda. Como anota Rafael Peralta Romero de La madre de los tomates, con provecho
humorístico y sentido filosófico, Brunilda recrea la realidad para devolverla
en forma de obra literaria.
Las escritoras Brunilda Contreras y Lucía Amelia Cabral. |
Ciertamente
de norte a sur, y de izquierda a derecha, Brunilda está hecha de palabras,
intimismo de hechos y sueños, donde la coherencia es eje, el trabajo, mandato y
la espera pusilánime, inadmisible.
Epifanías las suyas de celebración de la vida, sin aspaviento de
solemnidades. De su sensibilidad y aciertos en el quehacer literario, ha dicho
el autor cubano Enrique Pérez Díaz, cito: Cuando sus palabras se encaminan
hacia el mundo de lo oculto, aquello que se desdibuja entre los velos de la
incredulidad de los hombres, en la eterna lucha entre lo pragmático y lo
mundano pugnando por dominar lo autentico y esencial, a veces invisible a los ojos,
es que Brunilda se nos revela en sus mejores y más trascendentes dotes de
artífice de la narración.
Esperanza
es su penúltimo titulo. Mereció, a unanimidad del jurado, el Premio Nacional de
Literatura Aurora Tavárez Belliard 2010. Esperanza es una obra poderosa,
virtuosa, como su nombre mismo. Obra
escrita con oficio, para el público juvenil y más allá de los años
adolescentes, valiosa, pulcramente desarrollada. La fuerza de la narradora,
archiculta de tradiciones dominicanas, articula una novela de aliento
sostenido, de impecable entretejido, avalado por la autenticidad de la voz de
la autora que, aun sin proponérselo, inventaría certezas y precisiones que se
pierden en el desamor por nuestras costumbres.
Con
lucidez y sin abismos, Brunilda Contreras hace de Esperanza una novela
especial. Su construcción esmerada,
domiciliada en la realidad dolorosa, sacude los sentimientos. Pero la autora hace lo que sabe hacer muy
bien, se vale de la palabra y del amor para reivindicar la tragedia y
triunfante logra rescatar al lector de la oscuridad de la incertidumbre. Eso es, habilidad narrativa, una inmancable
buena energía y su cosmovisión que potencia la transparencia, le permiten
abordar realidades de la problemática social de nuestros pueblos. Entonces ocurre que temas escabrosos, como la
muerte, el drama de la emigración, la paternidad irresponsable, el flagelo del
VIH, ella los trata sin complejidad, sin durezas, sin escapismo ni
crueldad. No los deja en la sombra, en
el abandono del dolor sino que trilla el camino que inspira y redime. El lenguaje sugestivo y la espiritualidad
tangible se hermanan en el estilo propio, legítimo y técnicamente depurado de
una escritora de vuelos, éxitos y entrega.
Dicho
está, enfocada, clara, honesta, mi amiga Brunilda ha construido una vida de
puertas abiertas a la verdad, a la bondad.
Se espiga, se empeña y logra representar la realidad para iluminarla,
para hacer trascender el imaginario humano. Es justo el caso esta tarde que nos
reúne y espabila la admiración por ella: su historia de Miguel. Se trata de una obra conmovedora, arraigada
en las honduras de la inocencia de un niño de ocho años y su reclamo del cariño
maternal ya aposentado en la eternidad.
Claro
que no bastan cajuiles rojos y amarillos, trompos y chichiguas, la seguridad de
la abuela y el tío Luis, ni tampoco la ternura inapagable de la tía Martina
para entender las cosas y ser feliz.
Falta la dulce vigilia del sentimiento de Brunilda, para Miguel no
llorar, para Miguel volver a sonreír. En
ese tránsito su historia me apuntaló varias cosas importantes.
Por
ejemplo, que es sabroso enchumbar el pan en chocolate de agua. Que los humanos, como los pájaros, al perder
su alegría dejan de cantar. Que las
lágrimas ayudan a vaciar el dolor y en el hueco que queda se aposenta el
sueño. Que para llegar al mundo de los
sueños se sube una cuestecita, entre dormido y despierto. Y que justo en ese momento y espacio, las
barreras de la materia desaparecen.
¡Y
sucede! Se borran las ausencias, y no
obstante la distancia, no existe la lejanía.
El corazón palpita con emoción, la luz permite ver y la paz permite
querer. Como confiesa Brunilda en su dedicatoria al sobrino amado, el poder
sostenedor de la Esperanza es una realidad.
Mueve al hombre y al universo, por los anales del amor, ayer, hoy y
siempre.